Podía imaginar la expresión de perplejidad que iba a acompañar esa reacción, así que lanzó su mirada a lo lejos, para no tener que ver esos ojos oscuros clavados en ella.
El tiempo transcurrió sin vocablo alguno. Su cabeza, perfectamente encajada en su hombro y las respiraciones, ambas muy profundas, estaban acompasadas. El sudor de sus cuerpos se les estaba empezando a helar. Ella se agarró fuerte a él y un escalofrío siguió el camino de su columna hasta llegar a su cabeza haciendo tiritar todo su cuerpo. Él tumbado en esa cama podía oler el dulce aroma afrutado que se desprendía del cabello de su chica mientras lentamente recorría el largo camino de ese cuerpo, que tanto le gustaba, con la yema de los dedos.
Ambos compartían un único deseo sin apenas haber mediado palabra.
Que majo es el insomnio...
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